La vida de Shaun es un callejón sin salida. Se pasa la vida en la taberna local, el Winchester, con su íntimo amigo Ed, discute con su madre y descuida a su novia, Liz. Cuando Liz le deja plantado, Shaun decide, finalmente, poner su vida en orden: tiene que reconquistar el corazón de su novia, mejorar las relaciones con su madre y enfrentarse a las responsabilidades de un adulto. Pero, por desgracia, los muertos están volviendo a la vida, y tratan de devorar a los vivos. Así que Shaun tendrá que enfrentarse a un problema más. Armado con un palo de cricket y una pala, emprende una guerra sin cuartel contra una horda de zombies para rescatar a su madre, a su novia e incluso, aunque a regañadientes, a su padrastro, al de su novia… llevándolos a todos al lugar más seguro y protegido que conoce: El Winchester.

Cuando ‘Zombies Party’ se estrenó, no sabíamos la que se nos venía encima. Estábamos a punto de descubrir a uno de los mejores equipos que nos ha dado el cine. Ese perfecto tridente formado por Edgar Wright, Simon Pegg y Nick Frost llegaron para ofrecernos una película absolutamente delirante, ingeniosa y divertida. Nada más y nada menos que una comedia romántica con zombies en la que todos los elementos encajan y que, con cada nuevo visionado, te hace quererla un poquito más.
Shaun es un adolescente en un cuerpo de adulto, al que le encanta jugar a los videojuegos, pasar el rato en su pub preferido con su amigo y su novia. Pero cuando esta última le dé un ultimátum, se da cuenta de que debe empezar a coger la vida por los cuernos o todo lo que quiere se derrumbará. El problema es que, cuando decide hacerlo, una misteriosa gripe que transforma a la gente en zombie se apodera del mundo y, claro, tendrá que tirar de todo su ingenio y pericia para salvar a sus seres queridos.
Con la base de «mofarse» de las películas del género «Z» que poblaban las carteleras de todo el mundo, Wright y Pegg conformaron un inteligentísimo guión repleto de secuencias para el recuerdo, como el arranque (ese comparativo pre y post-apocalipsis) o la descacharrante escena en el pub con Queen de fondo.
Me encanta la complicidad que tienen en pantalla Frost y Pegg, porque se nota que traspasa la pantalla. Es más, se nota lo buenos actores que son y la química que hay entre ellos.
Con esta, arrancaría la llamada «trilogía del Cornetto», indispensable para cualquier amante del séptimo arte que se precie.