Renfield es el torturado asistente del vampiro más narcisista de la historia: Drácula. Renfield se ve obligado a procurarle víctimas a su amo y hacer todo aquello que este le ordene, por inmoral que sea. Pero ahora, tras siglos de servidumbre, Renfield está listo para descubrir si hay vida lejos de la alargada sombra del Príncipe de las Tinieblas. ¿El problema? Que no sabe cómo romper esa relación de dependencia.
Hay que quererte Nic, definitivamente. A pesar de que luego hagas tres o cuatro películas para cobrar el cheque, llegas, te plantas con ‘Renfield’ y ‘El insoportable peso de un talento descomunal’ y, sin duda, tienes que rendirte ante su carisma. Es un género en sí mismo y él lo sabe.
Nicolas Cage es un actor raro como la copa de un pino. Puedes pasar del amor al odio con él en cuestión de años. Le idolatré durante su época noventera, con su Oscar y sus «actioners», se fue de rosca unos años acosado por las deudas y esas malas adaptaciones de ‘Ghost Rider’ pero, de un tiempo a esta parte, creo que está dando los pasos adecuados para convertirse en un secundario de lo más molón.
Porque aquí, Cage, lo que hace es otra de sus actuaciones histriónicas que pegan un montón con la propuesta. Da vida a un Drácula mítico, icónico, con sus dejes y referencias que te sacan una sonrisa. Está perfecto y es el complemento perfecto para lo que se avecina: una aventura loca, disparatada en ocasiones, pero repleta de diversión y mucho gore.
Nicholas Hoult es Renfield, el sirviente de Drácula, un tanto cansado de tantos años a su sombra y que busca salir de ella. Sin desvelar nada más del argumento, diré que me ha parecido una genial actualización del mito que no hay que tomarse en serio en ningún momento. Es mejor verla con las neuronas apagadas y disfrutar.
Desde el minuto uno, con sus cortes en blanco y negro, sus sesiones de autoayuda y sus escenas de violencia, he estado con una sonrisa dibujada en la cara. Creo que será una de esas películas que nos termine dejando, con el tiempo, un gran recuerdo.