Un preso condenado a muerte en Estados Unidos y una mujer atrapada en un sótano bajo una vicaría inglesa se cruzan de la manera más inesperada.
El guionista y director Steven Moffat se alía con el magnífico realizador Paul McGuigan al que, dicho sea de paso, le había perdido un poco la pista, para ofrecernos una miniserie de lo más intrigante y adictiva. En cuatro episodios de apenas una hora de duración vemos como se conectan los destinos de un párroco y su familia, con el de una profesora particular, una periodista y un reo que espera en el corredor de la muerte.
Aunque parece sumamente complicado ver la interconexión que puede haber entre estos personajes, basta con caer en las redes del primer episodio porque, garantizado, querrás ver el siguiente. Así, la trama se va retorciendo por momentos de la forma más tonta posible, casi hasta el extremo. Es cierto que hay momentos en los que, quizás, puedas exclamar un «esto es demasiado», pero enseguida sus realizadores consiguen volver a embaucarte con nuevos argumentos para que sigas enganchado. Son cuatro episodios y los he devorado en pocos días.
Hay que hablar, también, del gran reparto que manejan entre manos. Stanley Tucci está genial, muy cómodo con su papel de prisionero que sabe más que el resto y va un pasito por delante, por no decir de David Tennant que siempre es un espectáculo.
Una serie intrigante, perversa y de lo más satisfactoria. A mí, no me importaría una segunda temporada con el mismo formato.
El Alquimista Cinéfilo 